miércoles, 3 de diciembre de 2014

El viento del norte

Soy el viento del norte,
el temporal inoportuno que arruina la tarde.
Soy el villano malhechor,
el que carga con el peso del error, aún cuando nadie es culpable.
Soy el espejo que todos evitan,
enemigo común de ciegos.
La voz que no interesa escuchar,
el portador de la verdad incómoda,
el reducto fácil al que demonizar.
Una espina que asume el mal
para que los demás se sientan bien.
Soy la mancha que permite apreciar la claridad. 
Soy imprescindible.




jueves, 23 de octubre de 2014

El buen librito


Hace tiempo yo tenía un librito blanco, más pequeño que la mitad de una cuartilla, con las tapas de nácar y las hojas con filo dorado, y un cierre a modo de broche, también dorado, que preservaba de toda influencia externa su santo y bello tesoro.

Hablaba ese librito (porque los libros hablan) de las oraciones del despertar; de las oraciones del atardecer; de las de dormir; de las de antes de comer; de las que rogaban por los padres y de las que rogaban por los maestros; de las de la misa; las de dar las gracias; las de pedir perdón... Y hablaba también, además de para orar, de los niños que seguían cada uno de los dos caminos posibles dentro de la devota vida cristiana: El camino del Cielo y El camino del Infierno.

El camino del Cielo era una página en suave color rosa, adornada con el dibujo de unas manos en plegaria, iluminadas a su vez por una hermosa gloria divina. En ella se aseguraba que, para llegar finalmente al anhelado cielo y a la vida eterna, todo niño debía seguir sus pasos de obediencia, estudio y devoción creyente.

El camino del Infierno, por contra, era un tenebroso pasadizo de espinos marcado por una mano austera y un dedo índice acusador, y donde se advertía, en oposición al camino precedente, qué hacían aquellos niños que por descarados, indisciplinados o rebeldes acabarían en el temido infierno y en el sufrimiento sin fin.

Cierto era que con ocho o nueve años no tenía capacidad para sopesar lo descompensado del castigo (en el caso de la condena eterna), o lo difícil y raro de los niños ejemplares (en el caso de querer recibir la recompensa). Mala era aquella lectura, puesto que hojear tales páginas no podía más que hacerme sabedora de que, por mucho que me pesara, y aunque intentara esmerarme, estaba definitivamente condenada.

Para irritar aún más el asunto, en la segunda mitad del librito se narraban las historias de santos niños mártires, ejemplos que todo niño cristiano debía seguir. Sufridores por su fe, torturados e incluso asesinados. Que esto no pareciera atroz e inhumano en aquellos días (me refiero al hecho de plasmarlo en un libro destinado a niños, no a la barbarie en sí) indica cuánto hemos avanzado socialmente en unos pocos años. Menos mal.

Por supuesto yo hubiese querido parecerme a aquellos santos héroes de los que tanto distaba; y con cada acto común, inocente e infantil de mis pocos años me alejaba de ellos cada vez más. Cierto que a menudo los olvidaba, pasando las horas en la plaza saltando a la comba o jugando al escondite; pero el librito seguía ahí, en su santo sitio, recordándome que nunca conseguiría estar a la altura de sus santas páginas.
Su lectura dejó huella en mí. Rara vez obediente con aquello que me era mandado, adivinaba con total nitidez cuál sería mi futuro una vez abandonado este mundo. Aquel libro no sólo arruinaba cualquier esperanza de salvación para los niños que, como yo, teníamos un comportamiento inadecuado, sino que ensalzaba el de aquellos que sacrificaban sus juegos, su salud e incluso sus vidas por la defensa de la fe y la devoción a Dios.

Con todo, debo agradecerle el que desde tan pequeña me hiciera darme cuenta de que no tenía remedio ni voluntad para comportarme, pues a la lógica falta de autoestima que consiguió crear en mí le siguió, sin embargo, un progresivo período de aceptación que me llevó finalmente a aprender a comprenderme y a quererme tal y como soy.

Afortunadamente hoy las cosas han cambiado mucho. Ya no se veneran a niños mártires ni se persigue la muerte como prueba de fe. Se celebra más la vida que el sacrificio, y los héroes ya no son perfectos sino humanos como todos nosotros, lo cual los hace más asequibles y democráticos: cualquiera puede serlo. De hecho, hasta yo podría llegar a serlo.

Qué cosas.



martes, 8 de julio de 2014

Para mi ángel Ángel

Para alguien como yo, que presume de saber expresar con palabras cualquier cosa, resulta inverosímil que no sea capaz de explicar esto que tenemos tú conmigo y yo contigo.
Habiéndolo intentado tantas veces, y dándome por vencida, sólo me queda decirte que aunque no pueda expresarlo sin duda es auténtico, eterno, especial.
Eres mi familia y quien mejor me comprende. La persona con la que siempre soy yo misma. Con quien nunca tengo miedo. Mi guía, mi apoyo, mi meta. A quien admiro. A quien adoro... Quien mágicamente me adora.


Para mi ángel Ángel. Mi compañero, mi amigo, mi esposo.

martes, 1 de julio de 2014

jueves, 15 de mayo de 2014

A Kenean y Leo

Primera carta.

No os puedo decir que la maternidad fue una bendición desde el comienzo, pero puedo contaros la verdad. Y es esta:

Al principio fue una ocupación a la que debía adaptarme y que a veces me molestaba. 
También fue una alegría y una satisfacción. Era la responsabilidad mayor que había tenido nunca y desde el primer segundo no pensé otra cosa más que hacer bien mi trabajo.
Al principio tuve dudas y muchísimos temores.
Al principio llegué a pensar que lo mejor para ambas sería que abandonase.
Leo llegó después de este período, cuando todo era más fácil, aunque asumir y aceptar son tareas que jamás se terminan.
La persona que era entonces y la que soy ahora son dos diferentes que apenas se reconocerían más que por los rasgos.
Cumplir mis nuevos cometidos y discriminar lo que es importante en mi vida me ha llevado a evolucionar y a conocerme mejor, de modo que puedo afirmar rotundamente que más me habéis aportado vosotras a mí de lo que yo os pueda aportar nunca.
De la madre que pensé que sería a la que he llegado a ser hoy hay un gran trecho, afortunadamente. Aún así disto mucho de ser un ejemplo ideal, por lo cual espero que algún día, cuando comprendáis esto que os escribo, me perdonéis.
Acerca de las afirmaciones y tópicos sobre maternidad os tengo que decir que la mayoría, en mi caso, son ciertos:
-         no puedo hablar de vosotras sin emocionarme
-         no puedo estar más orgullosa de mis hijas
-         vivo con ansiedad constante, temerosa de que algo malo os pueda ocurrir
-         descanso cuando no estáis a mi lado
-         también disfruto mi tiempo, que ahora valoro enormemente
-         mi amor por vosotras es absoluto e incondicional
No hay nada que hayáis hecho o vayáis a hacer en el futuro que haga que deje de quereros.



jueves, 24 de abril de 2014

La inutilidad de la Gramática

Cuando Antonio de Nebrija presentó la primera Gramática de la Lengua española a la reina Isabel en 1492, ésta le preguntó para qué querían una gramática de una lengua que ya hablaban. Hoy, a los que estudiamos Filología Hispánica nos preguntan a menudo para qué sirve.

Dejar de lado las reglas de una lengua significa retroceder 500 años y asumir que nadie va a hablar ni escribir correctamente. Significa que no hay normas, con lo cual cada uno construirá las frases como mejor le convenga. Del mismo modo diferentes personas utilizarán diferentes grafías para un mismo sonido, atendiendo a sus costumbres o preferencias, y el sentido de lo escrito o dicho jamás podrá ser interpretado de forma veraz, pues los matices son muchos y la subjetividad, infinita.

Ni hoy ni ayer se le ha dado la suficiente importancia a la lengua como para contratar a un experto y asegurarnos de que lo que decimos es correcto. Incluso en medios de comunicación modernos se siguen viendo numerosas incorrecciones. Con todo lo cual se puede afirmar que estudiar lengua española en España es, a efectos prácticos y laborales, poco productivo. Pero que es absolutamente necesario, de eso estoy segura.


viernes, 13 de diciembre de 2013

Buscando al lobo estepario

Cuando era pequeña estaba segura de que cambiaría el mundo.
A estas alturas me conformo con no estropearlo.