lunes, 20 de julio de 2009

El marido de tía Gloria

Dice mi madre que el marido de tía Gloria fue un hombre que vivió y murió enamorado, y que a pesar de todas las penurias que pasó por culpa de su mujer, jamás dejó de amarla. Mi padre, en cambio, dice que era un calzonazos y un cobarde, y que debería existir un calificativo que diferenciara a los hombres de verdad de aquéllos como mi tío.
Yo creo, que los dos están equivocados.

Mi tía Gloria era una mujer muy poco convencional, y no sólo para su época. Si las murmuraciones pudieran convertirse en hojas impresas, mi tía podría haber empapelado por entero la catedral, por dentro y por fuera. Conocidos son de todos el río de amantes que pasó por su cama y las vueltas y cambios de parecer, a capricho y sin razón, que traían por la calle de la amargura a mi pobre tío.
Seis veces cambiaron de casa. La primera era muy fría. La segunda muy calurosa. La tercera muy ruidosa, y la cuarta, demasiado alejada de todo. Sobre la quinta y la sexta, aunque las excusas que pusieron fueron, primero, estar más cerca del trabajo de mi tío, y, después, más cerca de la familia de ella, parece ser que la verdadera razón fue por causa de aquel hombre, su último amante, de quien se enamoró realmente y por primera vez en su vida, y quien al final acabó con ella.
Mi tío, mientras tanto, y a sabiendas del uso arbitrario e infantil que hacía tía Gloria de la vida de ambos, aceptaba –que sepamos sin rechistar- cada nuevo aire o acompañante nocturno que a ella se le antojara. Las primeras veces, dice mi madre, fueron las más difíciles. Nos consta que la quería, al menos al principio. Cuántas veces me habrán relatado la boda de mi tía, aquello de “Fue la única vez que se recuerda en toda la familia que las lágrimas de felicidad las vertía el novio y no la novia”, y mi tía, hermosa y deslumbrante, sonriente y encantadora como sólo ella sabía serlo, encandilando a los invitados con una dulzura natural que sacaba, cuando quería, sólo Dios sabe de dónde.

Las idas y venidas comenzaron, según comentan, al segundo año de casados. Mi madre, me contó en confidencia que la vez que mi tío se enteró de lo infiel de su esposa, ella estaba con él, puesto que fue a buscarla porque tía Gloria estaba tardando más de lo acostumbrado. Cuando aquella noche, buscándola entre las calles, la vio al fin a lo lejos, caminando abrazada a otro hombre y entrando en otra casa, dice mi madre que mi tío cogió su rabia y su tristeza y esperó, calle abajo, a que saliera. Según mi madre allí pasó toda la noche, llorando por el amor roto que acababa de hacer pedazos su corazón. También me contó que a pesar de ello, y entre lágrimas de impotencia, aún le quedaba hueco para preocuparse por ella, y que se lamentaba de la inconsciencia de mi tía, quejándose porque, decía, se había ido con “cualquiera que vete a saber lo que podría hacer con ella si se le antojaba”. Y así esperó, triste, enfermo y preocupado, y vigilando el lugar, no vaya a ser que le fuera a pasar algo a su mujer.

Mi tío, como era de suponer, intentó recuperar su matrimonio. Dicen que habló con ella, que intentó cambiar. Que comenzó a complacerla, más si cabe, en todo lo que ella quería. Mi tía, por su parte, parecía querer enmendarse y hasta dicen que lo intentó, que trató de encontrar en su marido lo que sólo encontraba en otros hombres. Pero, tan cierto como que la cabra tira al monte, y el río al mar, la reincidencia de mi tía era sólo cuestión de tiempo. No le faltó, sin embargo, un poco de compasión con mi tío, ajado por la desilusión y la apatía, y comenzó a salir a escondidas de él, por no hacerle daño y por que no se preocupara, esperando a la madrugada y al sueño profundo de su marido para escabullirse. Él, cuando se dio cuenta, se enfadó con ella. Pero consciente de que aquello no había forma de remediarlo, resolvió asegurarse personalmente de que nada le ocurría, y terminó por llevarla él mismo, para que no fuera sola, y recogerla, cada vez que salía.

Al final… pasó lo que tenía que pasar. Mi tío, enamorado o no, seguía siendo un hombre que necesitaba cubrir unas necesidades, y acabó saliendo con otra mujer. Una camarera de un bar cercano al puerto, que le dio el cariño y la compañía que le negaba su esposa, y con quien terminó casándose un año después de la muerte de aquélla. Un año que guardó de luto y por respeto a quien le había hecho tanto daño, comportándose como es debido hasta después de su muerte.

Sobre mi tía y su último amor, sólo sé que fue el principio de su decadencia. Cuando él la abandonó –el primer abandono que sufrió de ningún hombre en toda su vida-, jamás volvió a recuperarse. Dejó de salir. Dejó de comer. Dejó de hacer y recibir visitas, y acabó enfermando. Y mi tío la cuidó hasta el último minuto de su vida. Dejándola sólo en los ratos en los que mi madre se llegaba a sucederle para los cuidados; ratos que él aprovechaba para visitar a su querida, que en la discreción y la confianza mutua lo esperaba pacientemente.
El porqué no se deshizo de mi tía cuando pudo, o porqué no la acusó públicamente para despecharla como mujer infiel… Según mi madre, fue por amor. Según mi padre, por cobardía. Pero yo creo que fue por bondad. Creo que mi tío tenía un corazón tan grande, que incluso en la miseria de una persona tan egoísta como fue mi tía en vida, pudo ver más allá de las apariencias y descubrir a un ser indefenso y frágil, abandonado, igual que él, por la persona que amaba, y necesitado de más amor y cuidados de los que él había necesitado jamás.
No la abandonó, a pesar del daño, y a pesar de haber encontrado otro hogar en el que era querido y necesitado. Se dedicó a confortarla y comprenderla, y a darle el cariño que ella no había sabido darle a él.


Mirando atrás, me resulta curioso que una mujer como mi tía, que había vivido para sí misma y a quien no parecía importarle nadie salvo su propia persona, acabara sus días muriendo por amor.
De su último amante, poco se sabe. Dicen que mi tío lo conoció cuando fue a buscarlo la noche en que murió su esposa, y que le dijo No te la merecías, pero te la has llevado.

Incluso después de su muerte tuvo la dignidad de defender ante el amante el valor de su esposa.

Después de aquello, vivió sus días en paz

2 comentarios:

  1. Es un texto de prosa ágil y fluida en su mayor parte. En cuanto a la inventiva, ofrece un punto de vista más o menos original, al caracterizar a un personaje masculino con una actitud que habitualmente es asignada en nuestra sociedad a la mujer. Creo que es aquí donde radica su valor literario, su "extrañamiento".

    Mientras leía, me imaginaba que podía ser un relato de un personaje secundario en una novela, al modo en que Cervantes, por ejemplo, inserta pequeños relatos de personajes que van apareciendo en la peripecia de Don Quijote.

    Vete guardando este material, Paula, que a lo mejor tienes que aprovecharlo en un proyecto mayor.

    Abrazo

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  2. Muchas gracias Jaime, tu opinión siempre es un referente. Te haré caso.
    Abrazos.

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