Cuando Antonio de Nebrija presentó la primera Gramática de
la Lengua española a la reina Isabel en 1492, ésta le preguntó para qué querían
una gramática de una lengua que ya hablaban. Hoy, a los que estudiamos Filología Hispánica nos preguntan
a menudo para qué sirve.
Dejar de lado las reglas de una lengua significa retroceder
500 años y asumir que nadie va a hablar ni escribir correctamente. Significa
que no hay normas, con lo cual cada uno construirá las frases como mejor le
convenga. Del mismo modo diferentes personas utilizarán diferentes grafías para
un mismo sonido, atendiendo a sus costumbres o preferencias, y el sentido de lo
escrito o dicho jamás podrá ser interpretado de forma veraz, pues los matices son muchos y la subjetividad, infinita.