Mi mamita me cogía las manos cuando iba a dormir, y entre sus dedos despacito repasaba mis falanges. Me decía que así la noche traería buenos sueños, y que no tendría miedo a la oscuridad. Y mientras esto hacía, me contaba el cuento de Aladino y su lámpara maravillosa.
Cuando se marchaba apagaba la luz, y yo no tenía miedo, porque ella hacía magia con sus dedos, y yo llevaba esa magia en mis manos. Y soñaba con genios escondidos y con deseos concedidos. Y nada, nada, nada me perturbaba
Hola, Paula. Es un relato breve, dulce y verdadero. El amor que una madre nos da en la infancia, rebervera ayudándonos durante toda la vida. Creo que los primeros años, son los cimientos de nuestra seguridad futura; la raíces que luego harán que nuestro tronco sea alto y fuerte. Un beso.
ResponderEliminarSon de las cosas que valen la pena en la vida.
ResponderEliminarA eso añadiría que pocas, muy poquitas, son realmente importantes.
ResponderEliminarGracias por pasar.