miércoles, 19 de agosto de 2009

Es la paz

Ahora que estamos en época de vacaciones y descanso, aprovecho para afrontar pequeñas tareas pendientes que he estado aplazando a lo largo del año. Así, reorganizando un poco papeles, carpetas y cuadernos antiguos, me he encontrado con este texto que dejo a continuación. Es bastante conocido -y utilizado- en clases de religión y en el mundo católico en general. De hecho, creo recordar que fue en catequesis donde me lo entregaron, en aquel grupo al que llamaban de perseverancia, y que componíamos un pequeño reducto de niños preadolescentes recién comulgados, los que, quizá más por tradición y por no defraudar a nuestros padres, que por verdadera vocación, continuábamos, una vez por semana, asistiendo a las charlas catecumenales.
De aquel pequeño grupo que quedó tras las celebraciones de la Primera Comunión, se fueron desprendiendo, poquito a poco y a pequeños puñados, hasta quedar apenas dos o tres supervivientes que, aún poniendo toda nuestra santa voluntad, no conseguimos aguantar el tedio de la charla religiosa –que a fin de cuentas era voluntaria- más que uno o dos años. Ninguno se quedó lo suficiente para llegar a confirmarse.
De aquella época, poco queda. Ni la fe –si la había-, ni el interés ni las ganas, que eran pocas. Sólo este papel, y me atrevería a decir que milagrosamente, ha sobrevivido todos estos años conmigo. Ya ha llovido desde entonces, y mucho más desde que estas palabras fueron dichas, pero, prescindiendo de alusiones a divinidades y de creencias de las que ahora carezco, aún conserva un cierto atino, una exactitud en el mensaje, que consigue mover algo dentro de mí. Me invita a reflexionar y me transmite sosiego, pero sobre todo la tan añorada paz interior que todos buscamos.
Lo que más me gusta es el comienzo: “Hay que hacer la guerra más dura, la guerra contra uno mismo.”


“Hay que hacer la guerra más dura, que es la guerra contra uno mismo. Hay que llegar a desarmarse. Yo he hecho esta guerra durante muchos años. Ha sido terrible. Pero ahora estoy desarmado. Ya no tengo miedo a nada, ya que el amor destruye el temor. Estoy desarmado de la voluntad de tener razón, de justificarme descalificando a los demás. No estoy en guardia, celosamente crispado sobre mis riquezas. Acojo y comparto. No me aferro a mis ideas ni a mis proyectos. Si me presentan otros mejores, o ni siquiera mejores sino buenos, los acepto sin pesar. He renunciado a hacer comparaciones. Lo que es bueno, verdadero, real, para mí siempre es lo mejor. Por eso ya no tengo miedo. Cuando ya no se tiene nada, ya no se tiene temor. Si nos desarmamos, si nos desposeemos, si nos abrimos al hombre-Dios que hace nuevas todas las cosas, nos da un tiempo nuevo en el que todo es posible. ¡Es la Paz!”

Atenágoras I, patriarca de Constantinopla (1886-1972)

1 comentario:

  1. Me parece increible que aun conserves textos de tu primera comunion, debo decir que yo tambien.
    Por tu comentario parece que le tengas cierto apego a las palabras alli escritas, a mi me pasa lo mismo con algunos libros y escritos antiguos,
    Las palabras son las alas de las ideas. Unas extremidades que como las de Mercurio, el inventor del lenguaje, protector de los mentirosos y lkos ladrones, nos pueden transportar al cielo o al infierno. Unas palabras, aunque solo sean escritas con un dedo sobre la arena, pueden llevarte muy lejos.

    Un saludo.
    Ximo

    ResponderEliminar