miércoles, 22 de septiembre de 2010

La niña que ya no soy

Me gusta contemplar la vista desde mi ventana y, a veces, en noches como ésta, me siento delante con el equipo encendido y escucho un poco de música. Suelo dejar la mente en blanco, para que vague libremente por los recuerdos o fantasías que quieran venir a visitarme. Entonces recuerdo aquellos paseos camino a la biblioteca al salir del colegio. Me recreo, una vez más, con las mil y una historias de amor que me llevaron, en lecturas interminables, a pasar noches de desvelo a la luz de una lámpara. Y me pregunto qué habrá sido de aquel amor, de aquel concepto, idealizado e inocente, que a través de las novelas vivió en mí por un tiempo. Me pregunto qué fue, qué es y qué será de esa niña, revoltosa y crédula, a la que cada día que pasa me cuesta más recordar. Se aleja de mi memoria. Se desvanece. Se pierde entre un montón de luces artificiales. Y luego vuelve, como un fantasma susurrante al que puedo sentir pero nunca ver, para decirme al oído que fue feliz. Que encontró el camino a la sabiduría. Que llegó a conocer la pureza y que vivió en el anhelado y tranquilo lecho de la bondad. Y me cuenta que aún reside en él; que en realidad nunca lo abandonó y que vive contenta, muy lejos de mí.

Yo le sonrío y le mando un beso de amor, deseando que su felicidad perdure dondequiera que esté. Que conserve intacta para siempre su naturaleza espontánea y rebelde, indecorosa y vibrante, común a todos los niños. Luego miro por la ventana. Una serie de neones parpadeantes me hacen guiños en la distancia a través del cristal. La niña se ha ido y yo estoy sola, sentada escuchando música. Sé que volverá pero, cada vez, temo que llegue el día en que ya no regrese. Yo la espero. La llamo en mitad de la noche cuando hay silencio, cerrando los ojos con fuerza. Le pido que no se aleje. Le digo que la necesito. Pero ella ya no me responde. Sólo ríe mientras juega con otra cosa.

Hace mucho que esa niña y yo dejamos de ser la misma persona.

Las luces de la ciudad nocturna continúan parpadeando más allá del ventanal. El tiempo avanza. Los altavoces suenan.
La temperatura es agradable. Mañana estará despejado.
Oigo unos acordes. Empieza otra canción.
Sólo un par de temas más, antes de irme a dormir.

12 comentarios:

  1. Ah! Paula, la pureza se pierde cada vez que ponemos un dia en los estantes de nuestra biblioteca del tiempo. Perdemos en inocencia y ganamos en escepticismo. Y eso no está bien. Dicen que el mejor escondrijo de la liebre está al lado del cazador. Éste siempre busca entre los matorrales o en el horizonte.
    No busques a esa niña en las lejanas luces de neón. Ella no se irá nunca. Esta sentada, ahí. A tu lado.

    Bello, tu texto

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  2. Mil gracias, Jojo. Quizá esa niña esté sentada a mi lado. Sería hermoso. Aunque, cada vez, me cuesta más hacer que aparezca.

    Besos.

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  3. Las cosas que ya no son, la verdad es que se guardan en el mismo desván que las que iban a ser y no fueron... Yo es que soy un desastre, no tiro nada.

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  4. Pienso que casi todos conservamos la parte pura e inocente en las entretelas del corazón. Lo que ocurre es que se protege de los zarpazos de los cromagñones de la vida (haberlos, hailos) y suponemos que no está.

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  5. Me alegra que, de tres comentarios, los tres estén de acuerdo en observar el tema con optimismo.
    Supongo que lo que hemos sido nunca lo perdemos del todo.
    JoseAngel, Fran, muchas gracias por pasar. Últimamente estoy muy desconectada de internet y, además, se me rompió el router de casa. Espero estar más activa pronto.
    Besos.

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  6. ¡Buenas noches, Paula!

    Me alegra volver a entrar en tu blog y ver que hay novedades en él; me hubiera gustado pasarme más a menudo, pero una inoportuna enfermedad me lo ha impedido.

    Siento ser la nota discordante de los comentarios, pero yo no extraño para nada la infancia, lo único bueno que le veo es que aún hay mucho tiempo por delante.

    Si se me apareciera mi Yo pequeñajo le daría una patada y lo mandaría a hacer puñetas; por un lado, por la malsana envidia que me suscita ver todo el tiempo que le queda para no cometer los errores en los que yo incurrí y, por otro lado, porque la infancia es una mentira. Esa credulidad que mencionas es el fruto de vivir una infancia que nos han edulcorado de manera muy cruel, enseñándonos sólo las cosas bonitas de la vida. Después descubrimos el horror que es la vida, lo horrible que somos los humanos y lo horripilante que es la muerte. Y perdemos todo: la inocencia, la pureza, la credulidad, la capacidad de maravillarnos por cualquier cosa...

    También me ocasiona cierta envidia (en esta ocasión, sana, si es que eso existe) ver cómo muchas personas -entre las que te incluyes- recuerdan su infancia con tanta alegría, quizá con algo de nostalgia, pero con felicidad. Es algo que yo no he conseguido, aunque puede que mis circunstancias particulares hayan influído decisivamente en mi visión acerca de las etapas tempranas de la vida.

    Tanto hablar de negatividad ha hecho que todavía no haya ensalzado tu texto: muy en tu estilo -al menos, dentro de lo poco que te he leído-, esto es, muy bien escrito, con mucho sentimiento, sabiendo hacer que el lector se identifique plenamente con lo que escribes. Tanto es así que me han entrado ganas de conocer a esa pequeña niña, la inocente y crédula, para saber si así podría desentrañar algo de la Paula actual. Después he pensado que sería más fácil conocer a la Paula actual, ja ja.

    Hay algo en tu manera de escribir, no sé el qué, que me atrae a querer leer siempre un poquito más. Es algo parecido a cuando vas caminando por la calle y pasa junto a ti una persona que lleva un perfume con un olor maravilloso: lo hueles y te encandila, vuelves a aspirar con ansia para saborear de nuevo su olor pero ya no está. De esa manera espero yo tus textos. Con pasión. Con pasión litaria, se entiende.

    Muchas gracias por hacernos partícipes de tus escritos, que es lo mismo que darte las gracias por hacernos partícipes de tu propia vida, ya que siempre hay algo de autobiográfico en lo que escribimos.

    Un beso.

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  7. Eleuterio El Pesado, de nuevo18 de octubre de 2010, 12:48

    Sólo quería añadir que donde he escrito "con pasión litaria", quería decir "con pasión literaria".

    Besos.

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  8. Eleuterio, me da mucha alegría verte por aquí de nuevo y, nuevamente, tengo que darte las gracias por tus comentarios. Es estupendo que te guste lo que escribo, y cuando alguien (tú u otro lector) comenta que he llegado hasta él, el mejor regalo que recibo.
    Quizá se tienda a idealizar la infancia, por aquello de que la inocencia nos impedía ver la realidad; pero ahora que la vemos ¿era tan malo ser ignorante?
    Por mi parte no me cambiaría por aquella niña impetuosa y llena de energía, pero eso no me impide que a veces la eche en falta.

    Besos.

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  9. Paulita, qué grato pasar a leerte. Este texto me hizo recordar una noche en la que organizaba fotos digitales de diferentes años, unas muy recientes, otras para nada. El caso es que mientras las voy metiendo en sus respectivas carpetas me encontré con una en la que se me ven los ojos, la expresión completa del rostro, en el borde inferior izquierdo decía que esa foto era del 2005, cuando yo tenía 19 años. No podría explicar con palabras lo que sentí al ver la diferencia entre una foto de esa época y una actual. Era como mirar a dos personas parecidísimas, sí, pero en el fondo muy distintas. Digamos que me reconocí en la foto vieja, y extrañé mucho a la persona que solía ser, hay tanta distancia entre una y otra, que es difícil no quedarse pensando. Me pareció muy acertada tu forma de expresarlo: es como un fantasma. Un beso, niña linda!!!!

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  10. Siempre empieza otra canción...
    Enhorabuena.

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  11. Eu, a veces cambiamos tanto que, en efecto, parecemos personas completamente distintas. Tú no cambies. Eres una hermosa persona y una gran mujer.

    Besitos.

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  12. Jorge, tienes toda la razón. Afortunadamente.
    Muchas gracias por pasar.
    Un beso.

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