domingo, 15 de febrero de 2009

Diario de un hombre triste

15, martes.
Hoy hace un mes que me dejó mi mujer. No he hecho nada desde entonces. Mentí. Fingí. Esquivé preguntas y encuentros. Un mes. Diez años de mi vida consumidos en un mes. Así me siento. En la casa sólo hay silencio y humo de tabaco. Ni siquiera un reloj con segundero para marcar el pasar de mi tristeza. Hoy hace un mes que no la veo. Un mes que no la huelo. Un mes. Un mes en el que no he hecho nada. Y tampoco me importa.

19, sábado.
Hoy compré naranjas. Me fui lejos, a alguna parte de la ciudad donde no hubiese estado con ella. Donde nadie me conociera y nada me la recordara. Nunca comía naranjas estando con ella. Siempre he sido de los de la mala vida. Todo lo contrario a mi mujer. Su insistencia durante todos estos años nunca dio fruto. Hoy, en recuerdo a sus reproches, he querido complacerla, absurdamente, y he comprado naranjas. Habría querido remediar todo en lo que fallé. Hoy habría hecho cuanto me hubiera pedido.

23, miércoles.
No vuelve. Creí que esta fase había acabado, cuando me sentaba a esperarla. Estará preocupada por mí. Volverá, aunque sólo sea para asegurarse de que no me he caído accidentalmente por la ventana. Creí que el dolor había acabado, que sólo quedaba esta apatía insulsa que me impide levantarme. Se ve que no. Hoy he vuelto a esperarla. He implorado que viniera. Necesito verla.
Ella no me necesita.

28, lunes.
He comprado su perfume. Es todo lo que he hecho durante el día. En la perfumería pedí que me lo envolvieran para regalar y al llegar a casa lo desenvolví con cuidado, como si fuese ella misma, pequeña entre mis manos. Sentado en mi escritorio he rociado al aire un millón de gotas que han caído sobre mis papeles. He dejado caer la cabeza, y he aspirado su olor hasta quedarme dormido.

29, martes.
Esta mañana, al despertar con su aroma, he creído estar con ella, y la rabia de la verdad ha podido al fin conmigo. He estrellado el frasco contra la pared y he arrojado al suelo cuanto he encontrado por delante. He salido con el coche hacia donde la autopista me permitiera quemar la ira, y la velocidad me llevara a algún lugar donde ella estuviera, y encontrármela de forma casual, y hablar con ella.
Cuando me cansé de visitar lugares decidí regresar a casa. Pinché a los pocos kilómetros. Ni siquiera el cambiar la rueda ha conseguido aplacar mi ánimo.
Una vez de vuelta, he sentido la soledad más triste que haya padecido jamás.

3, domingo.
Ayer tomé una copa con un amigo. Tanto tiempo y ahora, un encuentro inesperado, una coincidencia del destino. Ambos sentados en un bar semidesierto, comunicándonos con frases cortas. Apenas desvelando lo que ha sido de nosotros en los años ausentes el uno del otro. De repente empecé a reír, en carcajadas sonoras e incontenibles. Sonaba una canción. Nuestra canción. Jamás me gustó. Sólo una voz cursi entonando una ñoña historia de amor. Me sorprendió que a ella le gustara. Nunca me pareció una mujer que se dejara llevar por fáciles sentimentalismos. Por supuesto, le dije que también me gustaba. No me importó decírselo. Estaba enamorado. Cualquier cosa me hubiera parecido bien.

7, jueves.
Esta fotografía que tengo en mis manos es la que más me gusta de mi mujer. Hay otras en las que sale más guapa, es verdad, pero ésta es la que más me gusta. La veo a ella cuando la miro. No es una pose, sino su esencia captada en una imagen. Se la hice un día que la sorprendí mirando por la ventana, con un libro en sus manos, a medio dejar en el regazo. Su mirada es intensa. Lejana. Siempre me he preguntado qué estaría pensando en esos momentos. Nunca quiso desvelármelo.

12, martes.
Ayer hablé con ella. La conversación incómoda. Sin completar. Preguntaba cómo estaba. Llamaba por eso y para aclarar los detalles. Detalles... los escombros de nuestra vida en común, que pronto toca recoger. La espera, la alegría inútil al descolgar se fue hecha pedazos. Ya no recibo palabras amables. Cada contacto con ella es una daga que va sumando heridas.
Estoy empezando a anhelar que desaparezca de mi vida.

15, viernes.
Dos meses.

24, domingo.
Ya no hablo con ella, sino con su abogado. Yo también tengo uno. Me aconseja. Casi me riñe. Lo cierto es que me da igual. Entre los tres despiezan lo que queda de mi vida. Yo sólo quiero que terminen cuanto antes.

30, sábado.
Esta semana volví a trabajar. Era peor seguir sorteando las preguntas. Me asombro de la capacidad del ser humano para fingir normalidad. Incluso, por breves instantes, me siento animado. Todo es como un haz de luz. Efímero como el fuego de una cerilla. Mi cuerpo es una masa sin huesos que sólo se mantiene erguido con ayuda ajena. Cuando dejan de sostenerlo, cae derrumbado al suelo.

4, miércoles.
Otra llamada. Esta vez una discusión. Esta vez he respondido por igual. Empiezo a estar cansado de todo. Más que nada, estoy cansado de mí mismo.

9, lunes.
He empezado a salir. A desgana. Ya todos, casi todos, lo saben. No aguanto más de diez minutos. El resto sólo es mi compostura congelada en una mueca indiferente. Mientras, espero con vehemencia el momento de marchar y quedarme a solas. No sé qué pretendo con todo esto. Ya no quiero pensar. Ni lamentarme.

14, sábado.
No volverá. Lo sé. Cada día está más lejos. Y mi casa más vacía.

26, jueves.
La vi en el juzgado. La última vez. No queda nada que la retenga. Nada que la una a mí. He recogido mi ánimo, mi carpeta y mis gafas. Y le he dicho adiós.


15.
Se fue. Tal cual vino. Ya no está en mi casa. Ya no está en mi vida.
Una historia acabada en el papel y en las palabras. Sé que le irá bien. De algún modo, eso me agrada. Quizá tenga suerte. Quizá yo también.
Los días siguen pasando y los recuerdos brotando sin avisar. Historias que quizá algún día cuente. El dolor con ellos. Persiste. Me hace daño. Pero quizá, acaso, un poco menos. Quisiera que estuviera conmigo. Sigo echándola de menos.
Extrañamente, no me siento solo. Aún no. El vacío perpetuo, sigiloso, parece acompañado. Pronto no lo estará. Pero no tengo miedo. Se abre la rendija del abismo, al que debo entregarme. La vía de mis pesares que al fin encauza un sentido, una razón.
En este día, por vez primera, sabe a libertad.

4 comentarios:

  1. El divorcio puede ser en efecto una muerte en vida. Me gusta cómo lo has expresado. No sé si acaba en suicidio el cuento; espero que indultes a tu personaje.

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  2. Este texto es uno de los que más me gustan de cuantos he escrito. O debería decir uno de los pocos que realmente me gustan.

    El personaje, afortunadamente, decide seguir su camino en solitario, aunque le pese.

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  3. Precioso texto, Paula; transmites con exactitud la noria de estados de ánimos y sentimientos en que se convierte la vida después de una separación.

    Me gusta mucho tu manera de escribir, con frases muy cortas, directas y cortantes, que se clavan como una daga.

    No es la primera vez que te felicito por un texto, pero no por ello debo retraerme, por más que pueda ser un poco pesado: Enhorabuena.

    Antes de terminar, permíteme que te recomiende una obra maestra que me ha venido a la cabeza leyendo tu texto: "Las desventuras del joven Werther", de Goethe.

    Un beso.

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  4. No te retengas, Eleuterio. Del mismo modo, tampoco dudes en decir lo que no te gusta si algo no te convence.

    Me alegra mucho que hayas llegado a leer este texto. Como le dije a JoseAngel, es de los pocos que me gustan realmente. Aunque, también, manifiestamente mejorable.
    Mirar lo escrito con la distancia del tiempo es el mejor método para sacar a la luz los errores.

    Gracias por leer, y por tus recomendaciones.

    Un beso.

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